lunes, 14 de enero de 2013

Bogotá azul

Bogotá se despertó con fiebre azul, con ganas de saborear el triunfo de Millonarios. Yo me desperté con ganas de visitar museos y un poco ajena a la movida futbolística. No sé si el día de los hinchas inició temprano. El mío tomó forma cerca de la una de la tarde, cuando salí con el firme propósito de abordar el Transmilenio en la estación de la sesenta y tres para llegar hasta la veintiséis y de ahí subir varias cuadras para encontrar el Museo de Arte Moderno de Bogotá.

Durante el camino vi como la ciudad estaba invadida de personajes que lucían la camiseta del Millos y que  corrían apresurados por la calle, como si el fin del mundo se hubiera adelantado y fuese urgente dirigirse a algún lado. Con algunos de ellos crucé la calle para llegar al Transmilenio, consulté la tabla de las rutas y me subí al articulado. También se bajaron en la veintiséis conmigo y aún por la calle mientras iba subiendo, un carro llenó el ambiente con la canción : "Millonarios será campeón...". Nada más extraño que estar en una ciudad que está a punto de enloquecer en cualquier momento por cuenta de un equipo de fútbol, pero que sigue funcionando de acuerdo a lo acostumbrado. Bueno, extraño para mi, porque si se tratara del Junior en Barranquilla todo estaría paralizado. Seguí subiendo para buscar el MAMBO y me encontré con la barra de Millonarios en el Tequendama. Afuera del hotel los hinchas esperaban al equipo con cámaras, banderas, las caras pintadas y el enorme deseo de ver cumplido su sueño. Para pasar tuve que esperar que un niño sonriente terminara de posar al lado de una camioneta y quise tomarle una foto al grupo de gente, pero recordé que no tenía la cámara.

Había olvidado que los domingos se puede encontrar el mercado de las pulgas, en donde muchos tesoros aguardaban para alegrarme la vida. Allí olvidé por un buen rato el tema del fútbol y me concentré en una montaña de afiches de películas. Casi no me despego de ahí. Reaccioné a tiempo para seguir recorriendo el mercado y encontrarme con una venta de cuadernos que tenían como portada : imágenes de películas, artistas famosos o a la popular Mafalda cargando un lápiz. Intenté esquivarla y di otra vuelta, pero finalmente sucumbí. Luego una improvisada presentación de unos bailarines interrumpió la jornada y me rescató de comprar más cosas allí. Seguí entonces al MAMBO y anduve curioseando dos exposiciones durante un buen rato. Ir hasta el Museo Nacional me pareció buena idea y terminé recorriendo tres exposiciones temporales. Ya eran casi las cuatro de la tarde y considerando que el partido era a las seis, fui dirigiendo mis pasos a la estación Profamilia para regresar a la casa.

Seguí viendo camisetas azules que corrían apresuradas, mientras yo pensaba en si alcanzaría a llegar a la venta de música en Matik Matik, que por cierto no tenía ni idea donde quedaba. Sabía que era cerca de mi casa, mejor dicho, la de mi primo, pero el lugar exacto me tocaba encontrarlo. El tiempo en Bogotá es cosa seria y las distancias más. Calcular es una acción tonta porque siempre algo se sale de lo planeado y te retrasa. Cómo pasarse de la estación de Transmilenio en la que debías bajarte por andar viendo a la gente en la calle y pensar cómo sería la ciudad más tarde si el Millonarios ganaba. Estar elevado altera el curso. Mientras llegué a la estación correcta, luego a la casa y bajé nuevamente para ir a Matik pasó un buen rato. Las calles estaban más oscuras y el frío hacía un poco difícil caminar con rapidez. Preguntando llegué a la venta de música. Compré dos discos de grupos que no conozco, pero que me gustaron. Luego salí corriendo para que no me agarrara el fin del partido en la calle, que estaba horriblemente solitaria.

Treinta segundos antes de que se cobrara el último tiro del partido timbré en el edificio en el que me quedaba. Le pregunté al portero como iba la cosa y me respondió con cara de angustia que ya casi eran campeones, qué si lo tapaban Millos ganaba. Se cubrió la cara con el brazo derecho, dejando sólo un pequeño espacio para mirar al televisor y fue como si le hubieran dado la mejor noticia de su vida. Casi llora y en la calle se escuchaban los carros pitando enloquecidos por el triunfo. El portero no saltó, no gritó, no bailó; sólo recogió un maletín y entregó el turno al reemplazo de la noche que ya estaba en la puerta del edificio. Se fue con la emoción contenida. Sospecho que lloró durante el camino o que miró al cielo agradecido por ese Niño Dios adelantado. Yo entré al ascensor y oprimí el botón con el número cuatro para subir al apartamento de mi primo, mi casa en Bogotá. El también estaba celebrando, pero con Morfeo. Llegó de un turno de su internado y se durmió profundamente. Tanto que no escuchaba el timbre, ni el celular. El ruido de la calle le llegaba como un eco y el timbre era parte de esa mezcla de sonidos que el sueño le invitaba a evitar. Momentos en los que uno se regaña por salir sin la llave y empieza a cuestionar la conveniencia de vivir en un cuarto piso y que la única ventana para intentar entrar, implique tener las habilidades del hombre araña. Algo sacó a mi primo de su trance, me abrió la puerta y aún somnoliento me recibió con un abrazo. "Ganó Millonarios", le dije. "Ya sé, escuché los carros en la calle", contestó él. Afuera la ciudad siguió alborotada, más azul que nunca por el triunfo de Millonarios.