Ayer
estuve otra vez en la cárcel. En la Penitenciaría del Bosque, para ser más
exactos. No iba desde septiembre del año pasado, cuando terminamos las sesiones
del programa “Libertad bajo palabra” en Barranquilla. Volví
para retomar el programa y con él la posibilidad de seguir intercambiando con
los asistentes: sus inquietudes en cuanto
a los textos, la lectura y la vida.
Externamente
la cárcel ha cambiado. Las paredes tienen otro color y un largo parasol de color azul se extiende de
forma paralela a una baranda del mismo tono, para que uno se proteja del sol mientras
camina hacia la entrada. Me hago la imagen de una fila de personas esperando en
el día de visitas, abanicándose con cualquier cosa para escapar del calor.
Avanzando atormentados por el clima, mirando hacia el cielo y pidiendo que no
llueva. Que a las nubes negras que se ven en lo alto, no se les ocurra
descargarse justo sobre ellos cuando salgan del parasol. Yo
pienso lo mismo de unas nubes que diviso mientras golpeo el portón de acceso,
también de color azul y provisto de una ventana pequeña que se abre para que
uno diga quién es y a qué va.
En
el interior, la cárcel parece igual. Los mismos procedimientos para ingresar y
llegar después a la biblioteca en dónde nos reunimos para realizar el taller. Todo
avanza como siempre. Me encuentro con caras conocidas mientras me acerco a la
biblioteca y al entrar siento que me he equivocado, si han cambiado las
cosas aquí adentro. Me encuentro con gente nueva. Del grupo del año pasado ya salieron dos, están más allá del portón azul, con el parasol y la baranda que le hacen juego. Otros nos acompañarán por poco tiempo, pisarán en pocas semanas la calle, volverán a la jungla de cemento. Regresarán al caos del que no
se han alejado a pesar de estar encerrados, a la añorada libertad.
Entendí entonces, que aquí la vida no se detiene, aunque eso parezca. La gente sigue
moviéndose, teniendo esperanzas, sueños y deseos que quieren plasmar. Algunos
piensan en lo que los trajo hasta aquí, en sus familias, en lo que encontrarán
al salir, en el tiempo que falta para ello y cómo al estar más cerca de ese
momento, dejar la cárcel se convierte en una serie de trámites y papeles que
certifican que pagaron su deuda con la sociedad.
Trato
de imaginar eso, cómo será ver la vida desde el otro lado cuando se ha estado
tanto tiempo encerrado. De ese lado, del que
usualmente yo vengo con libros, hojas y lápices. Supongo que debe ser una mezcla de felicidad y ansiedad, más un gran vacío en
el estómago.
Iniciamos
la sesión y ya volvemos a lo familiar, al terreno conocido, el de la
literatura. El de sorprenderse con las historias y lo que nos dejan en el
camino. El de las preguntas acerca de esto o aquello. El de escribir para
comunicarnos. "Para sacar lo que llevamos por dentro", como dijo uno de los
asistentes. Sin ningún esquema, porque de eso se trata, de que
cada uno haga el proceso a su manera y extraiga de él las herramientas que le
sean útiles. Sin camisas de fuerza, sólo escribir por el placer de hacerlo. Por
la oportunidad de hacer catarsis y encontrar en ello otra forma de ser libre.
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