sábado, 19 de mayo de 2012

La escritura como catarsis


Ayer estuve otra vez en la cárcel. En la Penitenciaría del Bosque, para ser más exactos. No iba desde septiembre del año pasado, cuando terminamos las sesiones del programa “Libertad bajo palabra” en Barranquilla. Volví para retomar el programa y con él la posibilidad de seguir intercambiando con los asistentes: sus inquietudes en cuanto  a los textos, la lectura y la vida. 

Externamente la cárcel ha cambiado. Las paredes tienen otro color y  un largo parasol de color azul se extiende de forma paralela a una baranda del mismo tono, para que uno se proteja del sol mientras camina hacia la entrada. Me hago la imagen de una fila de personas esperando en el día de visitas, abanicándose con cualquier cosa para escapar del calor. Avanzando atormentados por el clima, mirando hacia el cielo y pidiendo que no llueva. Que a las nubes negras que se ven en lo alto, no se les ocurra descargarse justo sobre ellos cuando salgan del parasol. Yo pienso lo mismo de unas nubes que diviso mientras golpeo el portón de acceso, también de color azul y provisto de una ventana pequeña que se abre para que uno diga quién es y a qué va.

En el interior, la cárcel parece igual. Los mismos procedimientos para ingresar y llegar después a la biblioteca en dónde nos reunimos para realizar el taller. Todo avanza como siempre. Me encuentro con caras conocidas mientras me acerco a la biblioteca y al entrar siento que me he equivocado, si han cambiado las cosas aquí adentro. Me encuentro con gente nueva. Del grupo del año pasado ya salieron dos, están más allá del portón azul, con el parasol y la baranda que le hacen juego. Otros nos acompañarán por poco tiempo, pisarán en pocas semanas la calle, volverán a la jungla de cemento. Regresarán al caos del que no se han alejado a pesar de estar encerrados, a la añorada libertad.

Entendí entonces, que aquí la vida no se detiene, aunque eso parezca. La gente sigue moviéndose, teniendo esperanzas, sueños y deseos que quieren plasmar. Algunos piensan en lo que los trajo hasta aquí, en sus familias, en lo que encontrarán al salir, en el tiempo que falta para ello y cómo al estar más cerca de ese momento, dejar la cárcel se convierte en una serie de trámites y papeles que certifican que pagaron su deuda con la sociedad.

Trato de imaginar eso, cómo será ver la vida desde el otro lado cuando se ha estado tanto tiempo encerrado. De ese lado, del que usualmente yo vengo con libros, hojas y lápices. Supongo que debe ser una mezcla de felicidad y ansiedad, más un gran vacío en el estómago.

Iniciamos la sesión y ya volvemos a lo familiar, al terreno conocido, el de la literatura. El de sorprenderse con las historias y lo que nos dejan en el camino. El de las preguntas acerca de esto o aquello. El de escribir para comunicarnos. "Para sacar lo que llevamos por dentro", como dijo uno de los asistentes. Sin ningún esquema, porque de eso se trata, de que cada uno haga el proceso a su manera y extraiga de él las herramientas que le sean útiles. Sin camisas de fuerza, sólo escribir por el placer de hacerlo. Por la oportunidad de hacer catarsis y encontrar en ello otra forma de ser libre.




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