domingo, 18 de noviembre de 2012

El efecto "Elsie"

Es sábado, son más de las tres de la tarde y el sol barranquillero ataca sin contemplación. Me bajo de una buseta verde que se llama Coolitoral, a la cual me he subido unos 20 minutos antes en el barrio Los Nogales y que ahora me deja cerca del Hotel Country Norte. Camino dos cuadras para llegar a la librería La Mancha del Quijote, ubicada en la carrera 53 con calle 75,  en donde me encontraré con varias personas que asisten a un taller de escritura creativa. Es el año 2009 y esta librería está arrancando como competencia de otras que ya tienen bastante tiempo en el oficio.

En la librería están por habilitar un café y también el aire acondicionado. Es un espacio diferente que lo atrapa a uno de inmediato y mientras voy mirando los libros, va llegando la gente del taller. Eso recuerdo de esa primera vez que vi a Elsie Parra. Mi memoria me dispara esta imagen cuando intento determinar tres años después, cómo fue nuestro primer encuentro. Luego, como siempre, la misma memoria me traiciona, porque sé que en algún momento nos abrumó el calor y decidimos que las siguientes sesiones las haríamos en la casa de Elsie, quien nos la ofreció para reunirnos cuando quisiéramos, pero no puedo recordar si ese mismo día decidimos irnos enseguida hasta allá .

Lo que si recuerdo, es que fuimos muchas veces a su casa porque se volvió la sede del Taller Vista al Cuento que dirigía Adriana Rosas y al que nos habíamos inscrito para aventurarnos en las tierras del cuento, género en el que algunos de los asistentes ya tenían experiencia, pero totalmente nuevo para mi, Elsie y José, quienes permanecimos en el taller hasta final de año con la firme intención de publicar un libro en el que se recopilaran esos textos que habíamos estado trabajando. Esa era la filosofía de Vista al Cuento, una publicación anual que incluyera además, textos de los integrantes del año inmediatamente anterior, a manera de invitados, acompañándolos de las historias de los asistentes actuales. Ya tenían un primer libro y este sería el segundo.

El tema de reunirse con otras personas para hablar de escritores, leer y escribir cuentos, me parecía una experiencia interesante. Además, se requería valor para exponer sus cuentos, o lo que uno creía que eran cuentos, a otras personas para que opinaran y te dijeran lo que sentían luego de escucharte línea a línea.

Ese temor perdía todo su poder en casa de Elsie. Primero, porque ella te recibía sin zapatos a la entrada de su casa y luego su fiel amigo Beethoven te ladraba reclamando que no lo saludaras también a él. Después, se encargaba de desarmarte con preguntas para saber todo acerca de tu vida. Y no era algo molesto, porque Elsie preguntaba con la autoridad de los años, con la confianza de hablar con una persona que estaba más allá de nuestra época y que te podía dar más respuestas sobre la vida que mil enciclopedias.

La bruja, cómo ella misma se hacía llamar, era capaz de sacarle una risa hasta al más serio, no le gustaban los protocolos o situaciones ceremoniosas. Si un invitado tenía sed o hambre, lo mandaba directo a la cocina a que se atendiera por si mismo y escogiera de la cocina lo que le gustara. Con ella si que se aplicaba aquello de: siéntete cómo en tu casa. Así que la pena inicial que uno podía sentir por estar en una casa ajena e invadir la intimidad de otro, pasó a ser una prueba superada y la Gorda, su fiel colaboradora durante años en todas las cosas relacionadas con el cuidado de la casa y el de ella misma, empezó a vernos por todos lados los sábados en la tarde.

En esa época, en la que el taller se convirtió en la excusa para que Elsie, José, Adriana y yo nos viéramos, se fue afianzando también una amistad muy importante. Cada cual tenía unas funciones específicas : Adriana era la que llamaba al orden y Elsie al desorden. José Tibamoso, que causa la impresión de ser muy serio, y lo es, se pegaba al equipo de la recocha. Era capaz de contar los chistes más hueceros y encontraba en ella la cómplice perfecta. Yo reía mucho y hablaba poco, era la tímida del paseo.

Con el tiempo, esa timidez también se perdió y visitaba a Elsie cualquier día que necesitaba hablar con alguien y descifrar en alguna palabra o en una frase, un mensaje revelador. Una oreja gigante era ella, capaz de escucharte y decirte exactamente lo que necesitabas, pero no lo que necesitas oír para sentirte bien contigo mismo,  sino aquello que efectivamente te haría actuar.

Con las sesiones llegó también el tinto. El café sin colar para leer el destino. Las ganas de que el tiempo avanzara rápido para que llegara la Gorda con la bandeja y las tacitas de café en las que veríamos figuras, paisajes, noticias de lo que se avecinaría en nuestras vidas. El café se hizo necesario como ella, como la idea de que podía ver en esas tazas más allá de nuestra percepción y escudriñar a través de ellas nuestros pensamientos y el futuro.

Leer el café siempre fue un juego para nosotros y para los que llegaron después para seguir viajando a través de las letras en "Casa de Papán y Tía" como se llama el hogar de Elsie. Nuestra propia experiencia mística al final de la clase. A varios inquietó con la suerte dibujada en esos trazos del café y la posibilidad de que efectivamente sucediera lo que allí se había manifestado. También nos hacía reír cuando cada uno trataba de ver lo mismo que ella y no entendía de dónde salían esas figuras, porque en realidad estaban ahí tratando de decirnos algo o al menos eso pensábamos. Ese momento se convirtió en otra particularidad de su casa porque la magia sólo ocurría ahí y con ella.

Los que la conocieron, saben también que tenía una pelea armada con los signos de puntuación. Nada de puntos, comas, puntos y aparte, puntos seguidos, en sus textos. Esos que los pusieran otros.Al final, si era algo obligatorio, pues que alguno de nosotros se tomara el trabajo de colocarlos por ella.

El año transcurrió de esa forma, con la ineludible cita los sábados para trabajar en nuestros cuentos y si acaso no podíamos reunirnos o nos quedaban ganas de volver a vernos con la excusa de la literatura, hasta los domingos y festivos eran buenos.

Si ibas temprano un domingo, te la encontrabas en el patio, revolviendo las matas y acomodando todo. La veías también en el jardín de la entrada, consintiendo a las otras plantas. Si llegabas al mediodía, era posible hallarla en la sala en compañía de su familia, esperando para almorzar y atrapándote de nuevo con sus preguntas y ganas de saber cómo andaban tus cosas. También te llevaba por rincones de la casa y te mostraba libros que estuviera leyendo o si intuía que querías hablar sólo con ella, terminabas en el estudio que está lleno de libros y objetos de otros tiempos que llegaron y se quedaron ahí como testimonio del paso de otras personas por esa casa y por la vida de Elsie.

En diciembre tuvimos la oportunidad de leer en varios sitios de la ciudad y presentar ese libro que parecía un gran atrevimiento de nuestra parte. Una hazaña de unas personas que jamás habían pensado que podrían escribir para que otros leyeran esas invenciones de su imaginación. Una locura en la que nos había embarcado Adriana con su taller. Un camino al que cada uno había llegado de forma inesperada para materializar esas inquietudes; no por fama, no por afán de reconocimiento, sino por la necesidad de comunicar algo, de sacar esas ideas de la cabeza y ponerlas a andar por si solas de alguna forma. Después de eso, no nos recuperamos, el mal ya estaba hecho y la literatura se convirtió en un ejercicio vital para seguir soñando.

De la misma forma, Elsie se instaló en nuestros corazones, como un latido que solía andar más rápido de lo normal, a una velocidad incontenible. Un pum pum que se arrebataba cuando nos acercábamos a su casa, a la certeza de su presencia, a lo contagioso de su risa, a la fuerza de su espíritu aventurero atrapado en el cuerpo de una mujer mayor, pero más joven que todos nosotros.

Un pum pum que nos enamoró de su forma de ser, de su manera de ver la vida tan simple como es, sin las complicaciones que nos vamos inventado con los años. Un pum pum que se sentía en sus poemas y en su amor incondicional por su esposo, que se reflejaba en ellos. En la voz que se le cortaba cuando los leía y nos arrugaba de paso el corazón a todos. Un pum pum que elevaba todo, una frecuencia para sintonizarse con la alegría. Sin duda, dentro de nosotros seguirá latiendo sin descanso, con la fuerza de sus recuerdos que nos arrancan mil sonrisas, con su esencia que deambula sin zapatos y sus pies que dejaron huellas que se quedarán por siempre en la arena de nuestras almas.

Para Elsie Parra De Garcia : mi profe del café, mi cometa preferida, mi amiga en esta vida y las que me queden por vivir. 







2 comentarios:

Matilde de Robayo dijo...

Hermoso Luz, salido de un alma que comulgaba totalmente con Elsie porque ella permitía que las edades pasaran a ser parte secundaria de nuestras vidas. Todos reiamos como ella, como chinos chiquitos, como se dice en mi tierra. Cuanto la vamos a extrañar !!!!

Patricia Lemius dijo...

Luz Elena, que lindo texto!.