domingo, 3 de febrero de 2013

Con N de Naty

Ya tiene dos meses y dejar de verla por nueve días, significa encontrar una cantidad de cambios que uno no espera. Por ejemplo, que pesa más, su cabello ahora se ve más castaño y ríe de vez en cuando si escucha que alguien también lo hace. "Qué tu risa la asusta", dice su mamá, mientras Naty se encoge y al mismo tiempo se queda muy seria. Yo me vuelvo a reír, no lo puedo evitar, porque descubro en ella muecas muy chistosas como si ya quisiera hablar. 

Uno la carga y en ese momento nada más parece importar. Todo gira alrededor de ella y de lo que necesita. De tratar de entender : qué quiere, qué siente, qué ven sus ojos, qué ve en los tuyos, que soñará cada día. 

Naty es un misterio por descifrar del que obtienes pistas con lo que te cuenta su mamá, como que se queda muy tranquila después de bañarla o ya pasa más horas despierta en la tarde. Hay otras que uno aprende sobre la marcha de visitarla, como cuando piensas que está profundamente dormida sobre tu hombro y segundos después de ponerla en la cuna te sorprende con sus ojos negros muy abiertos, muy atentos. "Es que no se quedó bien dormida", dice su madre, que ya sabe los trucos de Naty. Yo apenas me voy enterando de ellos.

Ser madre es un trabajo difícil, eso pienso mientras veo como la mamá de Naty  prepara en cuestión de segundos el tetero, apaga la luz de la habitación, prende una lámpara pequeña, se acomoda en la mecedora, la recibe en sus brazos y le empieza a explicar con una voz muy dulce que ya es hora de dormir. 

Esta vez, Naty si se duerme, cae profunda y su mamá la pone en la cuna lentamente. Después la abriga con una sábana, una manta y la protege además con un toldo enemigo de los mosquitos. Luego camina a hurtadillas para salir de la habitación y evitar cualquier ruido que pueda despertarla. Yo hago lo mismo y dejamos a Naty soñando otra vez. Su mamá la tendrá en sus brazos en  unas cuantas horas, cuando despierte con hambre reclamando su tetero. Yo la veré otro día como hoy, en el que llegué sin avisar, pero con la certeza de poder cargarla para olvidarme del mundo un rato mientras me pierdo en sus ojos negros. 












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