He estado intercambiando textos con otra persona en una especie de taller virtual. Él me envía algo suyo, yo lo leo y luego le escribo con mis opiniones acerca del mismo. Después debo hacer lo propio y someter mis textos a su análisis. Así se ha establecido un diálogo muy divertido y además enriquecedor, porque él es más riguroso en cuanto a los aspectos técnicos del lenguaje y siempre se traslada a otras lecturas y a otros autores para comentar los míos, mientras yo me sumerjo en sus cuentos y me dejo llevar por lo que ellos me transmiten.
Realmente, cada cual a su modo se introduce en las historias y encuentra elementos que el otro no ha visto, para luego revisarlos en esa charla. La dinámica funciona, más allá del interés por leer y ser leído, por la posibilidad de hacerlo, es decir, la oportunidad de vencer el espacio físico y lograr que una red social sea algo más que un lugar en el que vamos dejando parte de nosotros en forma de fotos, enlaces y comentarios. Si bien son una herramienta de comunicación poderosa que utilizo con frecuencia, no dejo de sentir un vacío a veces porque no reemplaza el contacto directo con las personas. Siempre será mejor hablar mirando a los ojos e impacientarte mientras alguien lee algo tuyo y tratas de adivinar en cada gesto si le ha gustado o no. Si se ha conectado contigo.
Existen las cámaras, ya lo sé, pero no es igual y aunque suene contradictorio porque me quejo de esa oportunidad de ver a la gente, encuentro que lo valioso de este ejercicio virtual es descubrir el poder del lenguaje que cambia y se adapta pero no muere. Así las palabras viajan de un lado a otro mientras chateamos, porque ya no hablamos, y uno se encuentra de repente escribiendo una risa. Algo curioso, pero que se ha vuelto tan común, que no nos detenemos a pensar en ello.
Es cierto que los avances tecnológicos demandan velocidad y en ese afán uno se deja absorber por estas nuevas formas de comunicarse, que intentan reemplazar el contacto directo pero no lo logran, aunque puedan incluso acortar distancias y permitirnos interactuar con más personas al mismo tiempo.
Tal vez la más amenazada sea la espontaneidad, esa que anda por ahí intentando no sucumbir ante el influjo de las redes sociales y que se cuela a veces en forma de dos personas que no se conocen, pero se conectan por un instante para compartir algo en común : el deseo de soñar y viajar a través de lo que otros nos cuentan. Tal como ocurre cuando lees un libro e imaginas otros universos, mientras pasas cada página sintiendo el papel con tus dedos.
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